El circuito Challenger está formado por un extenso elenco de
torneos menores donde cientos de jugadores se dejan la piel cada semana en
escenarios carentes de la atracción mediática del circuito ATP pero que son
utilizados por tenistas con distintas necesidades como rampa de lanzamiento
hacia sus objetivos. Pocos miradas se posan sobre esta serie de eventos
secundarios, pero igualmente necesarios para el desarrollo de noveles rostros,
recuperación de heridos en el ardor de la guerra o simplemente la conservación
de una práctica laboral encuadrada en un grado de exigencia menor para los que
no son capaces de llegar a alcanzar la excelencia del firmamento profesional.
Un grito rompe el silencio de la calurosa mañana. Sobre la tierra de uno de tantos Challenger que se disputan por el mundo, Tommy Robredo maldice una
decisión de un juez de línea. “Ya vale, hombre. Voy a avisar al supervisor del
torneo”, amenaza mientras Gimeno-Traver le observa hastiado tras la red. Es la
final de un torneo que pone en juego 90 puntos y 6.150 euros
para el ganador y los jugadores enseñan las garras constantemente. Se paga con sangre
un centímetro de terreno y se discute cada bola como si fuera la última. La
situación, sin embargo, no es nueva. Así son los Challengers. Así es la vida en
el alambre. Una guerra por la supervivencia donde todo vale. Es el tenista
convertido en animal, movido por la tiránica necesidad de devorar para no ser
devorado. Es la jungla, enseñado las afiladas fauces del precipicio
¿Qué hace Robredo, un ex número cinco del mundo con casi 700
partidos disputados en la élite, bajando a pelear al barro? ¿Por qué batalla
contra jugadores a los que podría entrenar y contra otros con los que compartió
vestuario en tiempos pasados? Una lesión en el tendón semimembranoso de la
pierna izquierda le manda a la lona durante demasiados meses. Tantos, que
cuando vuelve a competir lo hace desde el puesto 471 de la clasificación y el
ránking protegido, que solo puede utilizar durante nueve torneos para competir
como 50 del mundo, no le ayuda a recuperar la posición que necesita para poder
disputar los grandes eventos de la temporada. A sus más de 35 años, Tommy vuelve a los
inicios demostrando que corre tenis por sus
venas. Que la edad y los azotes del destino no son tan fuertes como para matar
el veneno, la adrenalina que solo da la competición y que es el principal
síntoma padecido por un jugador retirado. Y, lo más importante, que no tiene
miedo a tener que remar contracorriente. En esa misma posición, se encuentran
muchísimos tenistas movidos por causas distintas.
La realidad es clara y desconocida para el gran público.
Muchos de los jugadores presentes entre los 100 primeros puestos de la
clasificación disputan más partidos de torneos Challenger que de del circuito
ATP. Hanescu, número 61 del ránking ATP, es el paradigma de lo expuesto. Once
pruebas menores le han visto competir en 2012 -ganando tres de ellas- y solo 18
veces ha pisado una pista que formase parte del circuito ATP. Martin Klizan,
una de las sensaciones de la temporada presente entre las treinta mejores
raquetas del planeta, ha disputado 27 torneos ATP (19 victorias y 12 derrotas)
y 12 del calendario Challenger (28 victorias y 5 derrotas). Kuznetsov, Ito,
Gimeno-Traver, Lorenzi, Bautista, Soeda, Ramírez-Hidalgo, Bolelli, Ruffin, Lu,
Goffin, Lacko, Haider-Maurer, Zemlja, Jaziri, Chardy, Berlocq o Levine son solo
algunos ejemplos de tenistas que han disputado torneos Challenger estando
actualmente situados en la primera hoja del ránking ATP.
¿Qué busca un jugador presente entre los 100 mejores en un
torneo menor? ¿Por qué competir en eventos donde hay menos jueces de línea
(tres en las primeras rondas cuando lo habitual son nueve), se utilizan cuatro
pelotas en lugar de seis en los cambios de bolas, no hay ojo de halcón, no
existen las comodidades de otros eventos y las pistas, el público y el
escenario carecen de la repercusión de otras grandes pruebas?
Por un lado, están los que empiezan e irremediablemente tienen
que lidiar con esos intrincados inicios presentes en toda práctica deportiva y
profesional. Jóvenes que emprenden una carrera de fondo donde el camino parece
extenderse durante miles de kilómetros. Por el otro, los que permanecen la gran
parte de su carrera disputando torneos de estas características, logrando una
renta quizás demasiado corta para vivir con los privilegios de los mejores del
universo pero suficiente para trabajar en lo que desean sin renunciar a
realizar en algún momento ese salto de calidad tan necesario para cruzar la
línea. Finalmente, están los mencionados rostros afincados entre los cien
primeros que buscan sumar victorias, aumentar las ganancias y besar la gloria
que no pueden en el circuito ATP.
Solo un puñado de elegidos son capaces de subir los peldaños
de esta escalera saltando y no dando lentos y tediosos pasitos. Federer, por
ejemplo, solo ha disputado 23 partidos del circuito Challenger en su carrera.
Nadal (44), Djokovic (36) o Murray (44) son algunos otros modelos de talento y
ventura conjugados. Una gran victoria catapultó a todos ello al cielo, evitando
permanecer más tiempo del requerido por otros jugadores en las profundidades
del infierno. La ayuda de los patrocinadores, alertados por unos prometedores
resultados en categorías inferiores, proporciona la solvencia económica
necesaria para que avanzar sea más sencillo.
Los problemas a los que tiene que hacer frente un jugador
que no está entre los mejores son grandes y diversos. El dinero recaudado en
estos torneos es insuficiente para costear los gastos de un entrenador. Difícil
viajar acompañado sin el apoyo familiar o la bombona de oxígeno que supone un
patrocinador. El Challenger que mayor puntuación otorga a su ganador (125,000
+H), reparte la mitad de puntos que un ATP 250 (125). El que menos, 80.
Encadenar buenas actuaciones en un terreno pantanoso es la única vía para ir
ascendiendo poco a poco hasta la cima y poder formar un equipo de trabajo con
el que viajar sin tener que perder dinero. Así es la vida fuera de los focos.
Así es la vida del tenista que no juega finales de Grand Slam o Masters 1000.
Así es el otro tenis.